ACERCA DE ALEJANDRO PAULINO RAMOS

 

Alejandro Paulino Ramos
Historiador y Bibliotecario

NOTA BIO-BIBLIOGRAFICA DE ALEJANDRO PAULINO RAMOS

Setenta años, hace ya mucho tiempo, tuve la suerte de nacer en el sector “El Capacito”, de la ciudad, que enclavada en la región cibaeña, se conoce como San Francisco de Macorís, en República Dominicana; lugar en  que paseé mis mejores años de la  niñez. Eran tiempos difíciles, y en 1951, el país  estaba entrando  a la que sería la última década en que  gobernaría el dictador Rafael L. Trujillo, y parecía que no percibía el descalabro que comenzaba a corroer la entraña del monstruo que se había engendrado desde el 23 de febrero de 1930; pero en mi niñez eso no tenía importancia, y transcurriendo los años, me pasaba los días junto a mis padres y hermanos, de los que presencié con penas prematuras el fallecimiento de Isabel (Chabela) y Mirian; mi hermana mayor, la primera y  la menor, la segunda.

Mi hogar, ubicado en uno de los extremos del barrio  “El Capacito”, se encontraba a pocos metros de donde terminaban sus calles, recostadas contra el carril de metal que los moradores identificaban como “los rieles”, para dar vida a otro sector que todos llamaban con el raro nombre de “Rabo e Chivo”. La casa habitada por mi familia, quedaba próximo al ramal de aquella vía del ferrocarril que llevaba desde la ciudad costera de Sánchez hasta un poco más haya de la entrada del pueblo, que todos conocíamos como “la estación del tren”. También quedaba muy cerca, a unos doscientos metros del único estadio de beisbol de San Francisco de Macorís, construido de maderas y techado de zinc, que era uno de los lugares en que se celebraban actividades deportivas, políticas, espectáculos automovilísticos, y donde hacían sus prácticas cotidianas los obligados miembros del Servicio Militar Obligatorio. En las proximidades de la entrada principal del Play, el popular cafetín que llevaba por nombre “Los Cuatro Vientos”, tal vez porque en esa esquina coincidían varias calles y las mencionadas vías férreas. En ese populoso centro, vi por primera vez al cantante Joseito Mateo, el día en que, en el mismo sitio de diversión, el artista se puso de acuerdo con un popular vendedor callejero de "tortas", la que los capitaleños llamaban "arepas", y desde entonces sonó en la radio el cadencioso merengue "La Toita dulce".

 Justo a unos 150 metros, se abría el camino que llevaba a la zona rural, y un poco más allá, después de las escuelas Manuel María Castillo y Padre Brea, que como centros de estudios separaban a los niños por géneros; el inolvidable balneario del río Jaya en que las mujeres lavaban las ropas de las familias mientras los niños disfrutábamos de las peligrosas zambullidas que, mostrando una supuesta habilidad y valentía, realizábamos en “el charco del ahogao”, lugar ahora  desaparecido y su espacio fluvial convertido en zona de residencias y de tránsito de miles de vecinos que no tienen idea del  lugar en donde habitan, aunque en tiempo de tormentas, se ven obligados a abandonar el lugar y refugiarse en los centros de refugios, lamentando que las corrientes provocadas por las lluvias reclamen lo que antes le perteneció, barriendo con todo lo que encuentras a sus pasos.

Conferencia en la Comunidad de Piedra Blanca 

Mis primeros años concurrieron entre mi hogar, la escuela pública Manuel María Castillo, el play de la ciudad, el río Jaya y los rieles del tren, vías y lugares importantes que se convirtieron poco a poco en mi único mundo, donde todos los que para entonces nos iniciábamos como amigos, competíamos en un afán prematuro de convertirnos en adolescentes y hasta transformarnos en hombres.

Pero llegó el día de emigrar a la ciudad de Santo Domingo, centro político y administrativo de la dictadura. No había cumplido los siete años de edad y ya comenzaba a sentir la presión tiránica de los que fueron aquellos años, de una dictadura que se había iniciado en 1930 y todavía se negaba a desaparecer; por el contrario, parecía hacerse más opresiva. Y una mañana, cuando todavía no terminaba de salir el sol, me vi sentado en  aquel vehículo atiborrado de personas, y el repetir con insistencia de la palabra “capital”, “capital”…; corríamos por la incómoda carretera Duarte y parecía que el tiempo se había detenido y el vehículo, aquella “guagua” que todos conocíamos como “La Floralba”, en alusión tal vez a un familiar del propietario y conductor, avanzaba lento hasta que, por fin, nos acercábamos a la entrada de la urbe capitaleña; estábamos llegando al kilómetro 9. Un poco más adelante un cuartel militar pintado de verde y la mano de un agente policial que se agitaba en el aire indicando que el vehículo debía detenerse.

Todos los pasajeros, incluyendo mujeres y niños fuimos bajando de “la guagua”, que era el nombre genérico del tipo de transporte en que viajábamos: todos los adultos, documentos personales en manos, y especialmente los hombres buscando en sus carteras los famosos “tres golpes”, que eran documentos obligatorios: “la palmita” comprobante de que se era miembro del Partido Dominicano, que era el partido del dictador; la cedula de identidad personal, en la que se verificaba se había pagado el impuesto correspondiente a cada año, y el carnet del Servicio Militar Obligatorio, un instrumento con el que la tiranía implantaba el miedo y mostraba engañosamente lo que era un apoyo popular de tipo paramilitar.

En apretujada fila, los pasajeros mostraban la ansiedad de un chequeo, en el que la autoridad del puesto militar buscaba, mirando profundamente a los ojos y chequeando los documentos y los  movimientos generados por la impaciencia, buscaba una y otra vez, uno por uno en aquellos papeles, tratando de encontrar en cada uno de ellos las pruebas de que se era  enemigo del régimen y sus vínculos familiares con los desafectos políticos. La revisión por fin llegó a su término y “La Floralba” avanzó varios kilómetros y desde la ventana como iba surgiendo el perfil de los grandes edificios y las asfaltadas calles que indicaban que habíamos llegado, justo al medio día.

Alejandro Paulino Ramos
Bibliotecario UASD

Para mí aquel ambiente citadino ya no era sorpresa pues ya había vivido durante meses, en las proximidades de la “calle de los bancos”, que llevaba el nombre del padre del tirano, y que luego, después de finalizada la dictadura, fue bautizada con el nombre de Avenida Duarte. Pero ahora yo llegaba para quedarme de manera definitiva y para nunca jamás regresar a mi barrio de “El Capacito”, donde quedaron atrás los amigos, los vecinos, el patio de mi escuela, el ganado que bajaba desde el campo adentrándose en el pueblo. Quedaba atrás el parque central con sus postes metálicos pintados de verde, de donde colgaban las lámparas eléctrica, y a su lado, el “Cine Carmelita”, el hotel restaurante que creo que llevaba el nombre de Chang, propiedad de un chino apellido Joa, situado en una de  las esquinas del parque; también el famoso centro social de los ricos del pueblo conocido como "Club Esperanza". Todo se había quedado y ahora yo estaba en un ir y venir que parecía regresarme a mi pueblo, pero solo por periodos cortos que no sobrepasaban los treinta días, mientras me veía viviendo a orillas del gran río Ozama y justo al lado de la vivienda, el Puente Rhadamés que muchos citadinos llamaban por error con el nombre de "Ramfis", que creo se había inaugurado años antes en San Pedro de Macorís, en 1934, pues el que ahora lleva el nombre de Puente Duarte, en la ciudad Capital, fue bautizado en 1955 con el nombre del hijo menor del tirano: puente Rhadames.

Desde el mirador de ese sector arrabalizado que  era conocido como “La Fuente” (porque casi debajo del puente estaba la histórica fuente de agua de la ciudad colonial), se podían presenciar los veloces carros pintados de negro y los motores Harley-Davidson, conducidos por los flanqueadores del hijo mayor del dictador, que con nerviosismo se dirigían a la Base Aérea de San Isidro y desde allí, en tenebrosa comparsa, pero de manera insistente y discreta, hasta la terrible cárcel del kilómetro 9 de la carretera Mella. Era julio de 1959 y así pasaban los meses. Luego me enteré, aunque no lo entendía, que el hijo de Trujillo tenía un orgia de sangre, y muchos de los que llegaron en junio de 1959 a combatir la dictadura, los estaban asesinando en la Base Área y en el centro de tortura que tenía Ramfis Trujillo para su uso personal, en el kilómetro Nueve de la principal carretera que llevaba hasta la región Oriental.

Meses después, en el último trimestre de 1959, ya mis padres habían sido llevados de manera compulsiva, a residir en una zona limítrofe con la referida carretera, "del otro lado del río", que  deshabitada mostraba signos de haber sido una finca ganadera y en ella, asentados residentes de otros sectores de la ciudad, especialmente de La Faría, La Fuente y La Francia, lugares desalojados para dar paso a proyectos urbanísticos con los que el régimen trataba de encubrir la pobreza de aquellos días. Entonces, en un espacio sin transporte ni agua, con insectos, culebras y alimañas que nunca habíamos visto, todos comenzaron a construir con materiales inapropiados y desechos de las viviendas en que antes vivieron, las que serían sus nuevas viviendas, y así comenzó a surgir una población que dio vida a lo que hoy se conoce como Ensanche Los Mina, pero que el sátrapa había instruido para que los habitantes que recién eran tirados en aquellos matorrales, se "sintieran" más a gusto, por lo que el  nuevo barrio fue bautizaron con el nombre de "Ensanche Felicidad", nombre que todavía identifica el cuartel policial más importante construido en aquel lugar, aunque los lugareños nombraron aquel lugar como “Los Mina Nuevo”, en referencia al sector histórico que surgió a principios del siglo XVIII, con monumental iglesia construida de piedras: San Lorenzo de los Negros Mina, situado al borde la hoy conocida Avenida Venezuela, a metros del puente Francisco del  Rosario Sánchez.  Luego, la construcción de casas de asbesto cemento, con las que la esposa del dictador, la famosa “doña María Martínez”, pretendía erigirse en matrona de las mujeres del lugar; se decía. Así aparecieron núcleos de las  famosas viviendas de las mujeres que se hacían llamar “desamparadas”. Los Mina Nuevo iba creciendo, partiendo del lugar que le dio inicio, que los lugareños llamaron "parquecito de las palmas" y a la entrada del poblado que nacía, la "fabrica de telas" y la fabrica de aceite de algodón  y otra entrada que partía de la carretera mella, el que creo fue  primer motel de la ciudad capital conocido con el nombre de "Campo Amor", tal vez el sitio más emblemático del lugar con restaurante, cabañas y una inmensa enramada techada de zinc, en la que se presentaban orquestas populares y se bailaba todos los días hasta el amanecer. 

Alejandro Paulino en el  AGN

Pero la historia tiene su prisa cuando las condiciones están dadas y en un abrir y cerrar los ojos, un grupo de personas, muchas de ellas vinculadas al gobierno de Trujillo y hasta cercanos colaboradores decidieron la suerte del tirano, cuando la noche del 30 de mayo de 1961 le quitaron la vida  al dictador. Y entonces, todos, incluyendo los que como yo ya se acercaban a la adolescencia, sintieron los conflictos sociales; la destrujillización  del país; las turbas; los paleros; los gobiernos de Ramfis y Balaguer; el Consejo de Estado de los cívicos que antes estuvieron vinculados al atentado contra Trujillo; el triunfo electoral del profesor Juan Bosch y su Partido Revolucionario Dominicano que había llegado al  país en julio de 1961; el golpe de Estado a Juan Bosch y la instauración del gobierno del Triunvirato;  la guerrilla de Las Manaclas y la muerte de su líder, Manolo Tavarez Justo; que fue también máximo dirigente del “Movimiento Revolucionario 14 de Junio”. Y meses después, la Revolución de Abril de 1965; el desembarco de 42 mil soldados norteamericanos en tareas de ocupación militar; el gobierno del doctor Héctor García Godoy y como maldición, los tenebrosos “12 años de Balaguer”.

En el Archivo General de la Nacion

Aquello parecía una cinta cinematográfica que no se detenía. Todos estos acontecimientos, que se desarrollaron en un corto período que no pasó de los seis años, y ellos parecieron marcar mi generación; adolescentes que de repente nos convertimos en hombres y la muerte comenzó a tocar cada una de las casas de los que se oponían a la dictadura en cierne de Joaquín Balaguer. Y como reacción de lo que fueron antecedentes inmediatos,  los jóvenes combatientes de Abril; los proyectos guerrilleros de los partidos de izquierda; el apresamiento sin explicación, la desaparición física de los opositores a manos de los tenebrosos y asesinos servicios de inteligencia. Entonces, viviendo en Los Mina Nuevo, integrado a organizaciones opositoras, militando en grupos estudiantiles, llorando a compañeros y amigos asesinados, sentí que alguna vez debía de comenzar a contar todo lo que desde mi óptica y poco conocimiento, me iba tocando de cerca, tanto, que sin todavía haber cumplido los dieciocho años, ya conocía tenebrosas cárceles, sentía la sangre amiga salpicando mi cuerpo y por más de una vez, me sorprendía también cargando sobre mis hombros los cadáveres de compañeros asesinados.

En medio de lo que acontecía desde 1966 y hasta 1978, tratando de eludir la persecución de la policía secreta del régimen, hice de la Universidad de Santo Domingo el espacio que para mí y para otros se presentaba como zona de libertad: el lugar más apropiado para avanzar y convertirme en ciudadano de un país en el que no se respetaba la ciudadanía. Y entonces, se inició en mí una lucha que tocaba mi vocación, de la que siempre pensé me daría el título de doctor en Medicina; pero estaba equivocado.

Junto al héroe dominico-cubano Delio Gómez Ochoa,
y los historiadores Emilio Cordero Michel (epd), y Eliades Acosta

 De la carrera de Medicina, la suerte me empujó a la carrera que realmente eran de mi interés. Abandoné los estudios médicos e ingresé a la licenciatura en la Escuela de Historia de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Meses después, al finalizar 1973, ingresé como bibliotecario en el área de libros dominicanos de la B"iblioteca Central Fray Bartolomé de las Casas". Desde entonces y por más de treinta años, la bibliografía nacional y mi profesión de historiador han coincidido en una agradable y motivadora carrera que solo terminará cuando ya no me queden fuerza ni inteligencia para poder continuarla.

En esos tiempos, en que estudiábamos en unos semestres que se prolongaban por años, resistiríamos y permanecíamos en la Universidad. Y la veíamos  ocupada por los  militares y agentes policiales, y cada cierto tiempo era atacada por la policía o por bandas paramilitares y los tanques de guerra mostraban sus  cañones y ametralladoras, apuntando de manera amenazante en cada entrada de la Zona Universitaria, mientras helicópteros de la Fuerza Aérea, también hacían sus operaciones de intimidación sobre el campo universitario. Por aquellas circunstancias, una carrera que podía cursarse en cuatro años, terminaba extendiéndose por el doble de tiempo. En 1976 finalicé mis estudios y meses después de finalizado el gobierno de los “doce años”, pude graduarme de Licenciado en Historia. Todavía conservo con orgullo mi carnet de estudiantes de Historia, pues en medio de los azares de la vida que estaban marcados por la política y los enfrentamientos, también sentí la necesidad de explicarme de una manera académica y fruto del estudio y la investigación, las razones que habían incidido en todos los acontecimientos que me tocaron vivir en aquellos años.

En el Altar de la Patria junto al ingeniero
Antonio Guerra y la historiadora Carmen
Duran.

Hoy puedo dar gracias a Dios. En el conocimiento de la Historia encontré realizado mis sueños y a través de ellos, las maneras de servir a mi país y aportar a las jóvenes generaciones mis consideraciones historiográficas, en la búsqueda parmente de la verdad y la explicación que, como parte de mi aporte personal,  ayuden en el mantenimiento y profundización del proceso democrático.   

En este resumen de lo que he contado, están las razones que me han llevado a ofrecerle la presente página web, dedicado a la publicación de temas históricos y culturales, relacionados con el pasado dominicano, a la espera de que se conviertan en colaboración en el proceso de reorientar y aclarar el camino, que de repente pareciera que se nos sale de las manos.

 Resumen de actividades Académicas y Bibliográficas:

A continuación, quiero compartir las siguientes informaciones académicas y un resumen acerca de mis actividades bibliográfica, que no incluyen los ensayos que por décadas hemos publicados en revistas y periódicos dominicanos, muchos de los cuales están en proceso de ser dados a conocer en historiadominicana.blogspot.com. Esperamos que sean de su interés:                 

Alejandro Paulino Ramos nació en San Francisco de Macorís, República Dominicana, en mayo de 1951. Graduado de Licenciado en Historia y con Maestría en Historia dominicana (2006),  por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, tiene además una especialidad en Historia del Caribe por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Santo Domingo). Miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia, fue subdirector del Archivo General de la Nación (2011-2017).

En la Academia Dominicana de la Historia
Junto a los historiadores Frank Moya Pons,
Juan José Ayuso (e.p.d)y Natalia González

Entre sus libros publicados se encuentran:  Las ideas marxistas en la República Dominicana (1985); Vida y obra de Ercilia Pepín (1987); Historia de la primera biblioteca universitaria de Santo Domingo (1997); Diccionario del folklore y la cultura dominicana (2006); Censos municipales del siglo XIX y otras estadísticas de población (2008); El Paladión: de la ocupación militar norteamericana a la dictadura de Trujillo (2010); Mauricio Báez (2012);  Bachata y Son en la historia musical dominicana (2017); Los intelectuales y la intervención militar norteamericana, 1916-1924 (2017); La Comisión Nacionalista y la ocupación americana de 1916 (2017); coautor de La Sociedad Civil Dominicana (2010),  de la Historia General del Pueblo Dominicano, vols.4 y 5 (2015 y 2019); Memoria de la Cayena: a cuarenta años de 7 Días con el Pueblo (2014),  y de la Historia del Ministerio de Relaciones Exteriores, 1844-2000 (2018), es también autor de la Dictadura de Trujillo: vigilancia, tortura y control político (2020).

Además de sus actividades investigativas y  académicas, Alejandro Paulino Ramos se desempeñó como funcionario de la  Biblioteca Central Pedro Mir de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (1973-2008), institución en la que fue responsable del área correspondiente a la bibliografía y hemerografía  nacional. Por igual, en el periodo 2004-2012,  ocupó la dirección de la  Biblioteca del Archivo General  de la Nación.

Con especialidad en Historia del  Caribe y maestría en Historia Dominicana, Paulino Ramos se ha adentrado en el estudio de la  cultura dominicana, lo que le ha permitido publicar numerosos ensayos relativos a las referidas áreas, a la vez que conferencista, tanto en Puerto Rico, Estados Unidos, México y República Dominicana, en representación del  Archivo General de la Nación (AGN), Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y de  la Comisión Permanente de Efemérides Patrias (CPEP).

Sus ensayos se encuentran publicados, principalmente, en las revistas Ahora! y Vetas de la Cultura dominicana y del Caribe. También en el  Boletín del Archivo General  de la Nación, y en los suplementos culturales de los periódicos La Nación, El Siglo y  La Noticia.  Por igual, en el periódico digital Acento.com.do.

En la actualidad, Alejandro Paulino está dedicado exclusivamente a la docencia universitaria y a la investigación histórica.

 


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