José C. Novas; historiador de la diáspora que rescata la memoria del pueblo dominicano



José C. Novas; historiador de la diáspora que rescata la memoria del pueblo dominicano

Por: Alejandro Paulino Ramos

Residir, resistir, crecer y triunfar fuera de la patria no es un juego fácil como muchos creen. Vivir, laborar y estudiar, ser un docente de calidad académica que forma parte con orgullo de la comunidad profesional e intelectual de los dominicanos que un día se marcharon buscando sueños de bienestar y se formaron en los Estados Unidos en las últimas décadas del siglo XX, es un desafío; pero cuando se triunfa, entonces los frutos tienen el sabroso sabor de los que lucharon, se integraron y sobresalieron sin hacer daño a nadie, aportando, convirtiéndose en ejemplos de dominicanidad.

En los Estados Unidos existe un importante núcleo de escritores, historiadores, investigadores, intelectuales que son ejemplos de lo afirmado: Hacerlo bien y destacarse en espacios que resultan muchas veces inhóspitos es un reto que no todos pueden enfrentar; además de regresar anualmente a la República Dominicana para adentrarse en las colecciones de documentos del Archivo General de la Nación, en la rica bibliografía de la Biblioteca Nacional, o en el Fondo Antiguo de la Biblioteca Central de la Universidad Autónoma de Santo Domingo no ha sido una tarea cómoda: sin apoyo oficial ni institucional, contando solo con los limitados recursos aportados por la labor docente y publicar decenas de investigaciones históricas, rescatando desde la diáspora parte de la memoria histórica del pueblo dominicano, es una labor de titanes. José C. Novas forma parte de ese grupo, uno de los más destacados historiadores dominicanos en el exterior.


Preparándose para triunfar

A través de José Conrado Novas se puede contar la historia de vida de los que residen en Estados Unidos sin apartarse de los intereses económicos, sociales y culturales de su patria. De República Dominicana, nació en la comunidad de Jimaní en  noviembre de 1948, lugar donde realizó sus primeros estudios. Posteriormente se matriculó en el Instituto Politécnico Loyola de San Cristóbal. Graduado en Ciencias naturales ingresó a la facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, pero por razones económicas se vio obligado a viajar a Puerto Rico, lugar que marcó los primeros pasos en su vida de emigrante. En Borinquen estudió en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Luego, en 1983, se trasladó a la ciudad de Nueva York  alcanzando una reválida  de sus estudios en la Pacific Western University,  que tenía su campus principal en California con extensiones en distintos puntos del territorio norteamericano.  

Pero sus estudios universitarios y su labor docente no lo desconectaron de su verdadera vocación intelectual: dedicado desde hace décadas al estudio y a la investigación del pasado dominicano, encontró la forma de adentrarse en la memoria histórica de la patria que lo vio nacer y de la que no se ha desconectado jamás.

Sus aportes en el campo de la historiografía nacional lo sitúan entre los más importantes intelectuales de la diáspora. En sus investigaciones, casi siempre persigue desentrañar los vínculos de los procesos dominicanos de los siglos XIX y XX, con la historia y los intereses de los Estados Unidos teniendo como punto de partida un tema de trascendencia en la geopolítica de entonces: el fracasado intento del presidente Buenaventura Báez de anexionar la República Dominicana a los Estados Unidos de Norteamérica, a finales de los sesenta del siglo XIX. Las obras publicadas por Novas desde 1999 en adelante, confirman uno de los ejes normativos de la producción literaria e intelectual de la diáspora dominicana.

 Los de la diáspora son dominicanos

Los dominicanos constituyen un pueblo con una historia, con un pasado marcado por un proceso migratorio que se manifiesta en la formación de la identidad nacional expresada en un conglomerado que ya sobrepasa los doce millones de habitantes, que incluye una población dispersa por el mundo, y se hace sentir más allá de los límites del territorio nacional, concentrada principalmente en Europa y en los Estados Unidos de Norteamérica: España, Puerto Rico, Nueva York, Florida, New Jersey, Massachusetts…, dando vida a una comunidad que ya comienza a ser identificada como “la diáspora”; que se adapta a lo extraño y a la diversidad, se impone económicamente en algunas localidades, aporta de manera considerable al bienestar económico del país y se proyecta social, educativa,  cultural e intelectualmente en los estados y condados desde los que enfrentan adversidades, disfrutan del éxito y luchan por mantener y fortalecer sus vínculos con la República Dominicana.


Sin embargo, se percibe que desde el territorio dominicano las autoridades solo toman en cuenta a los nacionales que residen en el exterior, al tratar de calcular y aumentar las cifras aportadas por las remesas o cuando los partidos se interesan en el peso de los votos que darán triunfos electorales.

Esa diáspora dispersa en lejanos países, que algunos calculan en más de dos millones—y que muchos se empeñan en ignorar—, se ha cohesionado en torno a sus raíces nacionales que nunca olvidan, y en el caso de los que se han integrado a los sociedad norteamericana, aportando a la gran nación que le tendió las manos en campos tan especializados como la medicina, la aeronáutica, la ingeniería, el sistema educativo público, como docentes universitarios, poetas, novelistas y escritores de renombres galardonados y reconocidos por la sociedad estadounidense. Para solo citar algunos ejemplos emblemáticos: el escritor Junot Díaz, el educador y poeta Juan Edelfín Matos, la educadora-historiadora Ramona Hernández, el ensayista y educador Franklin Gutiérrez, el historiador Silvio Torres Saillant, la novelista Julia Álvarez, la extraordinaria poeta doña Rhina Espaillat, los escritores-educadores Eugenio García Cuevas y Fernando Valerio-Holguín, y muchos otros que merecen ser mencionados.

Los historiadores  en primera fila

En particular, se ha destacado en el mundo intelectual americano un nutrido grupo de historiadores-docentes emigrados desde Santo Domingo, descendientes de dominicanos, formados en universidades norteamericanas, la mayoría de ellos ignorados, desconocidos para el conglomerado local, excluidos de los catálogos de bibliotecas nacionales y de las bibliografías especializadas en las que merecen ser tenidos en cuenta, no porque residen en Estados Unidos, sino porque son entes importantes  a la hora de rescatar la memoria histórica y defender la identidad nacional.

Decenas de historiadores que regularmente dan a conocer sus obras en el exterior se encuentran ausentes en las referencias bibliográficas de los historiadores que residen en República Dominicana. De ellos, son pocos los que ocupan la atención del país con sus investigaciones publicadas casi siempre en ediciones bilingües, reflejo de una pretendida ruptura disfrazada de olvido; pero que constituyen una comunidad de intelectuales de mucha valía en los Estados Unidos:  

Anthony Stevens Acevedo, Ramón Espinola, Dio-genes Abreu, Franklin Gutiérrez, Valentina Peguero,  Luis Álvarez, el padre Luis Barrios…, todos con significativos aportes que obligan desde la isla a poner la mirada sobre su producción historiográfica. Ojala y nuestra  Academia de Historia tome en cuenta nuestra observación y que muy pronto, previa evaluación de los aportes presentados a través de las investigaciones y de la producción bibliográfica, celebremos con aplausos el ingreso a la institución académica de nuevos miembros, investigadores radicados en el exterior, como ya forman parte de ella doña Valentina Peguero y nuestro amigo Luis Álvarez López.

Novas junto a Marcio Veloz Maggiolo 


 Entre los nombres a tomar en cuenta, nos atrevemos a señalar a Juan R. Valdez, autor de “Tracing dominican identify” y “En busca de la identidad”;  Alejandrina Snodgrass Godoy con su obra “Dominican Republic: Bearing witnesss to a modern genocide”;  Eduard Paulino que escribió sobre la problemática que envuelve a los dos pueblos que ocupan la isla de Santo Domingo con “Dividing Hispaniola: the Dominican Republic: border campaign against Haiti, 1930-1961”.

Por igual, a Miguel Espaillat Grullón y su ensayo “Derrocamiento de Juan Bosch e intervenciones norteamericanas reales”; Milagros Ricourt y su excelente escrito “The dominican racial imaginary”, y por igual a Ángela Abreu que publicó hace varios años “Ni de aquí, ni de allá: a multi-perspective account of the dominican diasporic experience”. Pero en estas menciones no podemos dejar a  Francisco Rodríguez de León y su “Furioso merengue del norte”, y al polémico y destacado escritor Dio-genes Abreu con sus comentados ensayos “Perejil: el ocaso de la “hispanidad” dominicana”, y “Sin haitianidad no hay dominicanidad”.

 Igual se puede decir de la labor historiográfica de Juan Nicolás Tineo con su libro “El negro y el haitiano en la literatura dominicana en los Estados Unidos”, o la labor tesonera que viene realizando en la comunidad neoyorquina el historiador  Ramón Espinola y sus aportes centrados en “Remembranzas: crónicas de la ocupación 1916-1924” y  “La Era de los Estados Unidos”, y entre todos los historiadores de la diáspora, a quien entiendo—a riesgo de equivocarnos—al  más acabado investigador del pasado dominicano radicado en la ciudad de Nueva York: el doctor, investigador en los Archivos de Indias,  Anthony Stevens. Su más reciente investigación centrada en la “revuelta de esclavos de Santo Domingo de 1521”, justifican mis observaciones. Pero entre  ellos sobresale un dominicano humilde, que persigue fortalecer los valores morales, honesto, discreto, solidario; investigador que por más de treinta años se ha mantenido hurgando en los papeles antiguos que registran las relaciones dominico-estadunidenses en un esfuerzo, que entiendo ignorado en nuestro país, pero que lleva la patria arraigada en el corazón: el historiador José C. Novas.

José C. Novas en una conferencia en la Feria del Libro

Destacándose entre los intelectuales de la diáspora

De todos los que sobresalen en el campo de la historiografía dominicana desde la diáspora, también se destaca el historiador José C. Novas, quien durante décadas se mantiene apegado al interés nacional, apoyando con sus limitados recursos una actividad investigativa y editorial intensa que ya sobrepasa la docena de libros publicados.

Entre las obras de Conrado Novas se destacan: Lilís y Los agentes del tío Sam (1999); Trujillo: la emboscada final (2014); Los Gavilleros: La lucha nacionalista contra la ocupación norteamericana 1916-1924 (2016); El presidente Cáceres: fabula del progreso, el orden y la paz (2016); Joaquín Balaguer “metamorfosis”  (2016); La Reelección juega baseball: Trujillo, baseball, racismo 1937 (2016) Ambushed and riddled: The assassinaton of a fierce dictador (2018); Éxodo, lucha y exilio: crónica sobre la colonia dominicana en Nueva York, 1919-1965 (2019); La rebelión de los sargentos: 24 de abril 1965 (2019); The Unthinkable journey: Frederick Douglas unique ride  from slavery to U.S. Diplomacy  (2019),  La conquista de mangulandia (2021), y La Isla envuelta en llamas (2022).


La historia definió su vocación

José Novas, estudioso de la naturaleza, sufrió en los primeros años el síndrome del emigrante: soledad, desarraigo, el desaliento provocado por las interminables horas de trabajo, la nostalgia; pero se sobrepuso en el proceso de adaptación:  “Para atenuar la nostalgia de ese cambio—nos cuenta el historiador—me refugié en la lectura de libros sobre la historia dominicana y recuerdo que los primeros que compré fueron la “Composición Social Dominicana” de Juan Bosch y el “Destino Dominicano” de John B. Martin; dos textos contrapuestos en sus enfoques, y cuyo contraste de criterios despertaron en mí el interés por la búsqueda de respuestas a lo que yo consideré como los vacíos de los que adolece la crónica del pasado dominicano”.  Lo que no sabía Novas, era que su afición a la lectura de temas históricos nacionales lo acercaba a lo que luego, muy pronto, sería motor de arranque para lo que ha pasado en él en los últimos veinte y cinco años, definiendo su perfil de historiador.

Su experiencia como migrante fue, en ciertas formas, la misma de la mayoría de los que un día se marcharon de Santo Domingo buscando conquistar “el sueño americano”: “me vi forzado a empezar desde cero, trabajé en casi cualquier cosa—nos cuenta con cierto orgullo—, desde  limpiar pisos, hacer reparaciones, cargar y desmontar cajas, conducir taxis, recepcionista, redactor y productor de noticias en dos cadenas de televisión de Estados Unidos. Puedo decir que, como el agua, sirvo para casi todo”, por lo que también ha sido exitoso conferencista en universidades de Estados Unidos, articulista de temas históricos en la prensa norteamericana, y trabajador en cadenas de televisión de habla hispana.

Su integración al mundo cultural

“En cuanto a mi integración al mundo cultural en nueva york—nos diciendo Novas--el ambiente era limitado, recuerdo que a pesar de lo grande de la ciudad tenía solo tres espacios donde tu podías comprar libros en español, de esos uno se llamaba Librería Moria, espacio comercial en el que vendían textos dominicanos y era operada por un señor que llamaban Santanita, que me parece que fue el último librero dominicano que se ajustaba a esa calificación, porque no solo te vendía los libros, era un conocedor de los grandes autores y hombre de amplia cultura que podía hablar sobre cualquier tema”.


Acercándose al mundo editorial

Lo que en principio acercó a José Novas  al mundo editorial y a la investigación tuvo relación con la figura del primer dictador moderno conocido en la política dominicana. Como resultado de la lectura de los libros en que se resaltaba la figura del general Ulises Heureaux, históricamente conocido como Lilís: “Me llamó la atención que el profesor Juan Bosch para definirlo en su libro “La Guerra de la Restauración” sólo utilizó diez líneas y lo hizo para resaltar que era hijo de un inmigrante haitiano y su madre una trabajadora doméstica. El fundamento de mi inquietud era ¿Cómo fue posible que una persona de ese arraigo social llegara a ser presidente de la nación?  Entendía yo que para ello se necesitaba alguna formación y talento, cosa que Bosch como analista no tomó en consideración a pesar de su capacidad de análisis”. La respuesta a su preocupación sobre la forma de tratar en los libros al tétrico personaje que murió a manos de Ramón Cáceres el 26 de julio de 1899, Novas la compartió en su texto “Lilís y los Agentes del tío Sam”.

Al parecer la muerte violenta del dictador Lilís cuando se encontraba de visita en la localidad de Moca, llevaron a nuestro historiador a cuestionar el desenlace estampado en aquel suceso  justiciero, llevándolo a concentrarse en uno de los principales actores de aquel hecho histórico; Ramón Cáceres.

La valiente acción en la que participó el joven mocano abrió las puertas al siglo XX, pero también a un intenso período convulsionado por los intereses económicos, los afanes de dominación de los Estados Unidos, las continuas “revoluciones” que enfrentaban al jimenismo con el horacismo y de paso el ascenso de Cáceres a la presidencia de la República desde el 29 de diciembre de 1905 hasta el 19 de noviembre de 1911, cuando muy próximo a la playa de Güibia perdió la vida  a manos de Luis Tejeras y sus compañaeros; una de las causas que llevaron a la ocupación norteamericana de 1916.

Las polémicas reflexiones sobre Cáceres están contenidas en  El presidente Cáceres: fabula del progreso, el orden y la paz”. “Ambos—dice Conrado Novas—, Lilis  y Cáceres en su condición de soldados y en términos de sus mandatos tuvieron aspectos positivos y negativos; el asunto era aclarar por qué sobre Lilís las crónicas resaltaba los negativos y se pasaba por alto los positivos, en cambio sobre Cáceres me pareció que ocurría lo contrario, se exponían sus acciones positivas y hasta el día de hoy se ignoran sus actos represivos. No existía a mi juicio un balance que los mostrara tal como fueron”. La apreciación de este historiador de la diáspora residente en Estados Unidos, nos hacen pensar que todavía se requiere de más profundos estudios que nos ayuden a desentrañar el papel jugado por los personajes de referencia en los hechos históricos de principios del siglo XX.


Se puede coincidir o rechazar los planteamientos del historiador que venimos comentando, lo que no podemos ignorar es su labor tesonera en la búsqueda de la verdad histórica; interés reflejado en los dieciséis libros publicados, las decenas de conferencias centradas en la comunidad dominicana en Nueva York, New Jersey y Massachusetts, la pasión con la que aborda los temas históricos nacionales, sus aportes reflejados en los que él entiende son nuevos planteamientos. Tampoco se puede pasar por alto, de que fue este estudioso de la historia nacional el que nos dio a conocer a Frederick Douglass, un  “personaje, que no aparecía en los textos de historia dominicana a pesar de la importancia de las gestiones que realizó en su empeño por disolver la nación dominicana” en los años posteriores a la guerra restauradora.

“Finalmente, y a propósito de las tensiones actuales que se presentan entre la República de Haití y República Dominicana, y debido al debate sobre la inmigración indocumentada”, Novas nos anuncia que en los próximos días estará disponible su  más reciente investigación titulada “La Isla envuelta en llamas”, un ensayo que el autor espera “sirva de canal para entender las raíces de las tensiones que desde hace más de dos siglos han orbitado sobre generaciones en la isla compartida por las dos naciones”.

 

 

 

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