«El Kilómetro Nueve», la cárcel de terror de Ramfis Trujillo

 El Centro de Tortura de Ramfis Trujillo

Por:  Alejandro Paulino Ramos

Hablar de las cárceles secretas de la dictadura de Trujillo es referirse a una política de Estado sustentada en el crimen, aplicada bajo el encubrimiento de estructuras de inteligencia que se esforzaban en esconder las huellas de los asesinatos que a diario se cometían en República Dominicana. Para la existencia de esas prisiones, casi siempre eran adquiridas viviendas con fachadas inocentes, en sitios apartados de la ciudad de Santo Domingo y que sirvieran para que la población se mantuviera ignorante de los que acontecía detrás de sus gruesas y altas paredes. Muestras palpables de esa práctica son el Rancho Jacqueline que sirvió para la cárcel de La 40 y la casona en la que se instaló la «la cárcel del kilómetro nueve» en la carretera Mella de la zona oriental de la ciudad de Santo Domingo.

Rafael Leonidas-Ramfis-Trujillo 
Esta última, una casa construida a pocos metros de la margen izquierda de la principal carretera del Este, que una vez fue residencia familiar. Esta fue Adquirida por Ramfis Trujillo para que le sirviera de burdel o motel personal, aunque pronto la convirtió en la oficina de inteligencia del G-2 de la Aviación Militar Dominicana (AMD). Lo que los escasos vecinos del lugar ignoraban, era que el hijo del tirano había procedido a utilizar la vivienda como prisión secreta a la que se le conoció, en el lenguaje de los hombres del hijo de Trujillo, como «El Nueve» o «la cárcel del kilómetro 9», aunque también los muchachos y jóvenes de la zona de Cansino la conocían como “La Perrera”, tal vez porque allí el hijo de Trujillo tenía varios de sus grandes y peligrosos perros, al cuidado de militares, que los bañaban, cuidaban y alimentaban.

Las torturas aplicadas en sus celdas, varias de ellas en un frío sótano, llegaron a ser consideradas más crueles que las utilizadas por Johnny Abbes García en la cárcel secreta de La 40. En ellas fueron muchos los militares y civiles interrogados y asesinados, los que eran luego desaparecidos, lanzándos a un lugar conocido como la «piscina», que era una fosa natural dentro del mar Caribe infectada de tiburones, situada en el kilometro 14 de Las Americas, a pocos pasos de la avenida Las Américas y al lado de donde estaba y esta hoy instalado un destacamento policial de la AMET, pero que en esa época estaba destinado a una estación de control bajo responsabilidad de la Fuerza Aérea, institucion cuyo jefe lo era también Ramfis Trujillo. Por igual, los asesinados eran lanzados al mar en las proximidades del lugar conocido como La Caleta, proximo al aeropuerto internacional.

De las tres grandes vías de comunicación del país, comenzadas a construir desde principios del siglo XX, la carretera Mella llevaba a los centrales azucareros instalados en la zona oriental de la ciudad capital, pasando por San Luis y San Isidro, y adentrándose en el territorio de la región Este hasta llegar a San Pedro de Macorís y la provincia de El Seibo.

Un centro de tortura con apariencia de vivienda familiar

En esa carretera, a unos veinte kilómetros del centro de la ciudad de Santo Domingo, se encontraba el ingenio San Isidro, cuyos terrenos fueron adquiridos por el gobierno para instalar e inaugurar de manera formal, el 19 de marzo de 1953, la «Base Aérea Trujillo», la que después de la muerte del dictador en 1961 se designó con el nombre de «Base Aérea de San Isidro», el centro de operaciones militares que fue dirigido por el general de Brigada y Jefe del Estado Mayor Conjunto, Rafael Leónidas Trujillo hijo, mejor conocido como Ramfis.

Algunos kilómetros antes de llegar al centro de aviación militar, se procedió por órdenes de Ramfis Trujillo a establecer en el kilómetro 9, una oficina de inteligencia con su propio centro de tortura, paralelo al que tenía el Servicio de Inteligencia Militar en la cárcel de La 40. El objetivo inicial de esa unidad era el de investigar a los sospechosos de ser opositores al régimen dentro de los estamentos militares, pero muy pronto Ramfis también se interesó en los asuntos civiles, para de esa forma apuntalar la permanencia de la dictadura de su padre.

El coronel de la Aviación Militar Luis José León Estévez, que fue esposo de la hija de Trujillo, cuyo pomposo nombre lo era María de los Ángeles del Sagrado Corazón de Jesús Trujillo Martínez, mejor conocida como Angelita, y que fue además de los militares de confianza de Ramfis y torturador de «El Nueve», confirmo la responsabilidad del hijo del jefe, en la construcción del inhumano presidio. Y consideró en su libro Yo, Ramfis Trujillo, con el que quiso justificar las tropelías de su cuñado, que este cometió un error con la instalación de la terrible oficina de inteligencia, poniendo en boca del hijo del dictador las siguientes palabras:

«Pero también tuve mis errores, y es obligado reconocerlo. Las obras de los hombres están hechas de contrastes y a veces de agudas contradicciones. En el kilómetro 9 de la carretera Mella, a corta distancia de la Base Aérea, se instaló una cárcel destinada a los enemigos del régimen. Fue una idea sustentada vehementemente» por otros colaboradores. «Pero mía fue la responsabilidad de permitirla». Y queriéndose limpiar del dolor y la sangre derramada en sus celdas, se atrevió a plantear que él, Ramfis, nunca asistió a los interrogatorios, aunque los testimonios del secretario personal del jefe de la Aviación Militar indicaban que sí iba, y al parecer participaba y disfrutaba hasta la perversidad de las torturas que allí se aplicaban, pues hasta coleccionaba las fotografías de los presos torturados.

Actualmente en esta parte de la casa hay una cocina, pero
en su amplio sotano se encontraban las celdas de
la carcel del kilometro 9.

La vivienda en la que fue instalado el tenebroso centro de torturas en el kilómetro 9 de la carretera Mella, fue construida para ser usada como vivienda familiar, por el empresario de Samaná conocido como Pablo Sangiovani. Cuenta el capitán piloto de la Fuerza Aérea, Ricardo Bodden, recientemente fallecido, que el propietario de la vivienda, «como hombre-industrial acaudalado, inauguró su casa con una gran fiesta, orquesta, perico ripiado y trío, que motivó que los vecinos, campesinos de la zona curioseaban en las afuera de la fiesta de inauguración cosa normal en el país»:

«Ocurrió lo impredecible —explica Bodden—, a una guagu de transporte publico que se dirigía a su control, ubicado en las proximidades, se le dañaron los frenos, estrellándose el vehículo contra la verja-pared de la residencia inaugurada; una bella jovencita, lugareña, resulto muerta, despedazada con el impacto, y varios acompañantes, heridos. Se rumoraba de inmediat segun las tradiciones campesinas (...), que casas que se inauguran con sangre, siempre habrá sangre en el lugar, (...). Un tiempo después, la hijo de Sangiovani, se lanzó de una yola, en Samaná, y como al agua era de poca profundidad, chocó su cabeza contra la arena y perdió el conocimiento durante un tiempo; entre las atenciones a su mimada hija, Don Pablito se mudó para la ciudad, donde estaban los médicos, clínicas, hospitales, y se decidió a vender la residencia».

La terrible silla electrica de la carcel del 9

«La única vía para llegar a la base aérea de San Isidro —sigue diciendo Bodden—, era la carretera Mella. Ramfis transitaba esa ruta, 2 veces al día, y hasta 4 y 6 veces. En su paranoia-miedo-conciencia, todo lo quería, compró esa propiedad, que al principio la utilizo para poner en ella una especie de casa-burdel, o motel de soltero, pero para su uso personal». 

En ese mismo sentido, César Augusto Saillant Valverde, que se desempeñó como secretario personal de Ramfis, que a la vez era su taquígrafo, traductor y mecanógrafo, y por lo tanto conocía muchas de las intimidades del hijo del tirano, recoge en Mis memorias junto a Ramfis Trujillo, informaciones relacionadas con la referida vivienda, edificio que todavía existe enclavado en un amplio solar y situado a unos 400 metros de la intersección de la carretera Mella con la avenida Charles de Gaulle; ahora, quella residencia con olor a sangre y a muerte, esta en manos de la Iglesia católica.

Acerca de la compra hecha por el hijo del dictador y de los propósitos que lo llevaron a adquirir aquella casa, cuenta Saillant lo que sigue:

Rafmis Trujillo «poseía en el kilómetro 9 de la carretera Mella una residencia de soltero, que cuidaba el sargento cocolo Jaime Sherlock Brown, un individuo tocado a la antigua [...]. Aquella residencia del kilómetro 9 apenas era ya visitada por el general. Estaba perfectamente amueblada y ahora estaba [además] abarrotada de enormes paquetes que por orden del general habíamos colocado allí (...). Aquellos paquetes los habíamos sacado de la aduana después del regreso del general de Estados Unidos y contenían todas las pertenencias que él había adquirido para amueblar con todo lujo la residencia que había alquilado. Antes de salir de los Estados Unidos había pagado a una compañía empaquetadora para que todo lo empaquetasen cuidadosamente y lo enviasen al país».

«Pues bien —dijo en sus memorias el secretario personal de Ramfis— aquella residencia que casi no utilizaba el general Trujillo hijo resolvió vendérsela a la Aviación, pero para que no hubiese en el futuro comentarios se hizo en la forma siguiente: el general Sánchez, jefe de Estado Mayor de la AMD, le escribió una comunicación oficial solicitándole esa residencia en venta para instalar las oficinas del Servicio de Inteligencia Militar y ofreciendo por ella la suma de cuarenta mil dolares, que fue la indicada por el general. La operación se hizo en 24 horas».

Esta parte de la residencia era el parqueo para vehiculos

En cuanto a la fecha en la que al parecer aquel recinto comenzó a funcionar como prisión política, todo parece indicar que fue en 1959, en los días de las expediciones antitrujillistas de junio. Sobre ese particular, cuenta Tomás Báez Díaz —quien estuvo en sus celdas acusado de estar implicado en la muerte de Trujillo— que ese centro de tortura inició sus tétricas operaciones en 1959, con el fin de «ampliar los interrogatorios de los expedicionarios de Junio de ese año» y hace la siguiente descripción del lugar:

«Visto el establecimiento desde la puerta de entrada que franquea la alta cerca de concreto que lo circunda, tiene la apariencia de una estancia fomentada por un opulento señor, porque a su izquierda luce una residencia y chalet de antigua construcción, rodeada de flores y árboles frutales y a la derecha una dependencia que parece era usada como dormitorios de los carceleros que no estaban de servicio, pero más al fondo está enclavado lo que propiamente llamaban «El 9», sitio de torturas, de crímenes, de asesinatos. La edificación —continúa diciendo Báez Díaz—, emplazada en la superficie es relativamente pequeña, ya que sus mayores instalaciones se encuentran en el subsuelo, aunque parece que cuando comenzó a ser utilizado tenía en la superficie algunas cámaras de tortura que fueron desmanteladas».

Muy cerca había algunas casas en las que vivían familias que podían escuchar los gritos de los torturados. «Abandonando esta dependencia por su única puerta y caminando pocos metros, se llega a un espacio especie de marquesina y en seguida a un pasillo que conducía al sótano, pasando frente a las entradas de las celdas; es necesario bajar nuevamente a ese sótano maldito, aunque mi imaginación se resista a hacerlo». 

Por su parte, en las ya citadas memorias de César A. Saillant, se explica que en esa residencia el preferido de Trujillo hizo instalar «la tétrica cárcel que el pueblo conoció después. Ya, en un terreno más amplio [Ramfis], se dispuso a superar a Johnny Abbes, y si no lo logró le faltó poco. Allí hizo colocar todos los instrumentos de tortura al igual que los de Abbes, y para que nada faltase; también hizo construir su silla eléctrica, tomando aquella como modelo. Medios, instrumentos, fondos, de todo dispuso y de aquel simple servicio tan útil a la AMD hizo uno de los más horribles centros de represión política que pudieron haber existido en América».

Y continúa el secretario personal de Ramfis:

 «Por lo menos hasta el 30 de mayo de 1961, en que fue ajusticiado Trujillo, la cárcel de la calle 40, bajo la dirección de Abbes García fue el centro de investigación política y de torturas determinante en la República Dominicana, siendo la cárcel «del 9» un elemento auxiliar y vicioso si se quiere, donde se acentuaba la tortura a aquellos detenidos sobre los cuales Ramfis y los suyos tenían un interés particular. Por ello, precisamente, el centro de investigaciones acerca del atentado a Trujillo se desplazó para allá, por el interés particular de Ramfis en el hecho. Hasta esa fecha estaba lejos de ser un centro de investigaciones, era simplemente un centro de vesanias y de sufrimientos».

Aunque no se tienen cifras exactas de la cantidad de dominicanos torturados y asesinados en la cárcel del kilómetro 9 de la carretera Mella, existen informaciones sobre los grupos llevados a esa prisión clandestina, entre ellos más de 150 sobrevivientes de las expediciones del 14 de junio de 1959. También un grupo formado por varias docenas de soldados de la Aviación Militar Dominicana, implicados en «la conspiración de los sargentos»; además de muchos de los miembros del Movimiento Clandestino 14 de Junio que fueron trasladados hasta allí desde la cárcel de La 40 para «profundizar» los interrogatorios, así como varios de los implicados en el tiranicidio del 30 de mayo de 1961 y sus parientes, incluyendo mujeres y adolescentes.

Siguiendo el rastro testimonial de los que por allí pasaron, ya sea en condición de carceleros o como prisioneros, se podría reconstruir un perfil de lo que fue ese centro del dolor y de la muerte.

Por ejemplo, el coronel Luis José León Estévez aporta la información de que a esa prisión clandestina se trasladaron desde la Base Aérea a una parte importante de los integrantes de las expediciones del 14 de junio. Asumiendo que él era de los torturadores y acompañante permanente de Ramfis, sus palabras cobran valor al testificar en su libro Yo, Ramfis Trujillo que este, Ramfis, se expresó sobre los expedicionarios de la siguiente manera: «Después de apresados, fueron enviados a la cárcel del kilómetro 9 [...]. Del interrogatorio de algunos de los invasores se desprendía la intensión de fusilarme junto a mi familia. Esa revelación me hizo tomar la decisión de que, como habían perdido, eran ellos quienes debían ser fusilados: y así lo ordené y así se hizo».

En cuanto a los militares de la Base Aérea que habían participado en la «conspiración de los sargentos», es César Saillat, el secretario personal de Ramfis, hace las siguientes revelaciones:

«Es para esa fecha, agosto de 1959, en que se construyen las celdas en el patio de la cárcel del Km. 9 de la Carretera Mella [...]. Ex profeso hice [el interrogatorio] con toda la lentitud posible, y aun así todavía al anochecer no había terminado. Taché y corregí todo lo posible, de manera que la terminar aquel extenso interrogatorio, lo pasé al teniente [...] para que lo rehiciera, porque así no se le podía llevar al Generalísimo».

«Era el interrogatorio tomado al más comprometido de todos los sargentos, al cual, por cierto, iba a ver yo mismo el día siguiente. En la mañana, cerca de las diez, el general [Ramfis] me ordenó acompañarle al kilómetro Nueve. Una vez allí, sentado en el escritorio del jefe de ese servicio, mandó a pasar a uno de los sargentos, de apellido Consuegra. Lo reconocí porque con frecuencia lo había visto en la jefatura. Tenía las manos esposadas a la espalda y el general ordenó que le fueran retiradas las esposas. Luego miró un instante al sargento y notando algunos rasguños en su rostro, preguntó [...]: —Pero... ¿a este hombre lo ha maltratado? Y dirigiéndose directamente al sargento, volvió a repetir su pregunta:

«—¿A usted lo han maltratado? El infeliz movió negativamente la cabeza, pero en la mirada se notaba que no se atrevía a decir la verdad. En cambio, —[los responsables de la cárcel]—, casi a un tiempo contestaron: —Lo hemos tenido que «apretar» un poco... No supe más, porque el general dirigiéndose a mí, me ordenó: —No te voy a necesitar. Puedes volverte a la oficina. Salí rápidamente antes de que se arrepintiese».

Otro de los testimonios del asistente personal del hijo de Trujillo, es el siguiente:

«Se acusaba al grupo de militares y asimilados de Mantenimiento de pretender inutilizar durante la invasión de 1959 los aviones de la AMD, en un intento de sabotaje encaminado a mermar el poderío aéreo de la institución, inutilizando los aviones para que cayesen en vuelo. Con cada accidente, o sea con cada triunfo de los conjurados, se perdería también un piloto nuestro, que vendrían a ser en definitiva las verdaderas víctimas».

«Pero nada se probó. Corrió la sangre y se arrancaron vidas, y el sadismo de Abbes, [...] y de todos los relacionados con las cámaras de tortura, volvió a renacer con la misma fiebre que en los días del exterminio de los invasores de junio. Y en aquella labor hoy es sabido que intervinieron también el propio general Trujillo y el general Sánchez. Si me lo hubieran dicho entonces, ni siquiera le hubiera dado crédito. Parece ser que efectivamente se habían hecho comentarios a sotto voce entre ellos, igual que los comentarios que todo nos hacíamos, pero tuvieron la desgracia de caer en oídos delatores».

En relación a los tipos de torturas aplicadas a los opositores detenidos en «El Nueve», resulta esclarecedora la descripción hecha por el historiador norteamericano, relacionado con el Departamento de Estado de los Estados Unidos, Robert Crassweller en su obra Trujillo: la trágica aventura del poder personal, sobre los maltratos a que fue sometido el general Román Fernández, quien fue acusado de estar implicado en el complot del 30 de mayo: «El general Román Fernández ya había sido llevado al kilómetro 9, lugar de arresto dentro de la base aérea de San Isidro [...], donde se les sometió a los más severos interrogatorios y se le infligieron las peores torturas. Allí se le hizo víctima de inhumanos tormentos. Le cosieron los parpados a las cejas; le arrojaron ácido sobre el cuerpo; le introdujeron varillas metálicas rodeadas de inducido eléctrico en el conducto urinario y en el colon, tras lo cual, acercando sus extremos, se producía la consabida descarga eléctrica. Al cabo de varios días le fusilaron».

En relación con las torturas infringidas a los implicados en el tiranicidio, resulta de trascendencia el aporte de Luis Manuel Cáceres Ureña (padre del asesinado Tunti Cáceres), hecha en los interrogatorios sobre el «crimen de la Hacienda María» en el juicio de extradición contra Ramfis Trujillo y compartes, aunque creo que cometió un error al señalar «el nueve» como el lugar en que fueron muertos los héroes de mayo de 1961:

Entre los presos llevados a la cárcel del 9, que luego trasladaron a La Victoria, y que más tarde fueron asesinados en la Hacienda María, San Cristóbal el 18 de noviembre de 1961, se encontraban Pedro Livio Cedeño, Modesto Eugenio Díaz Quezada, Luis Manuel Cáceres Michel, Huáscar Antonio Tejeda Pimentel, Salvador Estrella Sadhalá y Roberto Pastoriza.

Sobre la obligada presencia de estos en la cárcel del kilómetro 9, el padre de Tunti Cáceres explicó lo siguiente:

«Mi hijo fue de las pocas personas —dice Cáceres Ureña— que, aunque paso más de tres meses en el kilómetro 9, que en si constituye una cámara de tortura en general, no fue objeto en cambio, como todos los otros presos compañeros, de que le agolpearan, lo sentaran en la silla eléctrica, le aplicaran el bastón eléctrico, le echaran encima hormigas caribes, ni le pegaran hierros, palos calientes, como les hacían a los demás».

La prisión clandestina del «9» se mantuvo vigente por lo menos hasta el 18 de noviembre de 1961, fecha en la que el hijo de Trujillo asesinó a los sobrevivientes del ajusticiamiento del 30 de mayo. Ese mismo día, al caer la tarde, el general y jefe de la Aviación Militar, algunos familiares y sus más cercanos colaboradores abandonaron el país.

En aquellos días de auge de la lucha popular en contra de los remanentes de la dictadura y ante la visita de la Comisión de los Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos, se terminó de desarticular una parte de la estructura de terror instalada por los servicios de inteligencia en todo el país, ya que en la primera semana de junio de 1961 fue sospechosamente cerrada la cárcel de La 40. Se puede inferir, que en medio de la transición hacia la democracia la cárcel del kilómetro 9 fue cerrada y sus muebles trasladados a la Base Aérea de San Isidro, pues el tenebroso lugar funcionaba adscrito al G-2 de la Aviación Militar Dominicana.

En cuanto a la documentación relacionada con los interrogatorios, así como las fotografías que se les tomaban a los detenidos y que eran llevadas a Ramfis, quien las coleccionaba con morbosidad, no se puede asegurar con propiedad el lugar donde reposan, pues no existe rastro que ayude a la reconstrucción de la historia del centro de tortura. Lo único que al parecer se conoce, por testimonio del secretario personal de Ramfis, es que esos papeles estuvieron en manos de un oficial de apellido Polanco, quien era el custodia de los archivos y la documentación, «tenía el control escrito en archivos de todo lo que sucedía en la cárcel» y fue «el último en salir de ahí» en noviembre de 1961.

Frente a la discreta casa de tortura, los vehiculos se movian
por la carretera Mella sin saber que unos pasos mas alla
muchos dominicanos eran asesinados por militares
al servicio de Ramfis Trujillo.

Para terminar, hablemos de cierre del centro de terror de la carretera Mella:

De aquella casona con fachada inocente, que sirvió de residencia familiar y que luego de adquirida por el Estado se transformó en burdel-motel de Ramfis y más tarde centro de tortura personal de este, hoy solo queda la edificación principal con sus anexidades, aunque algunas ya han sido remodeladas. Por ejemplo, el sótano de la cárcel, en que estaban instaladas varias celdas y la silla eléctrica todavía existe, pero ahora esta convertido en cocina, además de almacén. En la actualidad la vivienda es propiedad de la Iglesia católica y está bajo el cuidado del Centro Misionero Parroquial María Auxiliadora, quienes la han destinado a casa de retiro y convivencia; además de consultorio médico para personas de escasos recursos económicos; pero, como si quisieran borrar la historia, tienen prohibido el acceso a esas instalaciones.

Como más o menos me comentó una de las religiosas que administran aquel lugar, que ahora es utilizado para labores humanitarias y religiosas: «Este edificio ya forma parte de la historia, pero él por sí solo no permite la reconstrucción de lo que pasó detrás de sus paredes. Sería importante localizar los muebles, la documentación, los instrumentos, y objetos que pertenecieron a esa cárcel. Esa sí sería una labor de rescate histórico de lo que fue esta casa». 


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