La cárcel del Kilómetro 9 de la Carretera Mella y la cárcel de La 40: necesidad de un museo del crimen de la dictadura de Trujillo
Por: Alejandro Paulino Ramos
“Después de una visita al kilómetro
nueve de la carretera Mella, con sus vecinos horrorizados y su amarga leyenda
de terror, con sus fuertes edificaciones semidestruidas, cabe lamentar esa
destrucción, porque el ejemplo más crudo que puede darse a un pueblo sufrido es
el instrumento de su sufrimiento”. Juan José Ayuso,
periódico El Caribe, 1962.Parte trasera de la vivienda que sirvió de carcel en el kilometro 9
La
memoria histórica del pasado reciente de la Republica Dominicana se ha ido perdiendo, secuestrada en la
telaraña de los intereses políticos, las complicidades de las instancias
militares de las últimas décadas, el silencio de muchos que fueron testigos, el
miedo a parentescos marcados por el crimen, la impunidad que arropó a los que
fueron juzgados, condenados y discretamente liberados, y el poco interés en instancias
del Estado dominicano para que se conozca la verdad; todos cubiertos por un
manto de espanto que no termina de deshacerse y enseñar las huellas
ensangrentadas para que los jóvenes de hoy conozcan el significado, el valor y las
diferencias entre los gobiernos
democráticos y los regímenes dictatoriales.
Un
museo para mostrar las huellas
En la mentalidad neotrujillista, de los que
todavía disfrutan del tufo de la dictadura, el silencio y el olvido son sus
mejores aliados. Atrevidos como son, porque creen que el tiempo y la protección
disfrutada desde el Estado terminaran borrándolo todo, reclaman y lo expresan
reiteradamente, no tocar más el tema de los crímenes de Trujillo. Proclaman que
se sienten cansados “de lo mismo”, y piden que se aborden otros temas; en fin,
que el pasado se oculte para que la memoria desaparezca. Sienten que no fue
suficiente con esconder y destruir las pruebas que marcaron la sangre de la
dictadura: ¿dónde están las tres o más sillas eléctricas
con las que torturaban y asesinaban en las cárceles clandestinas; dónde los instrumentos,
látigos, bastones eléctricos, alambres de púas, pinzas para sacar las uñas, los
sótanos oscuros en los que enterraban vivos a los prisioneros? ¿Dónde los
torturadores; quiénes eran los que dirigían esos centros de terror y muerte? Anexo construido con sótano para las celdas y
la cámara de tortura
Las preguntas se convierten en desafío. No es
justo que a más de sesenta años de finalizada la dictadura de Trujillo, haya tanta
ceguera social. Se requiere investigar los lugares en que todavía permanecen escondidos
los objetos que sirvieron para el crimen, sin importar que sean instancias
estatales o en los depósitos de las estructuras militares que, en el período de
transición posterior a la muerte del tirano, se encargaron de “limpiar” la
huella de tanta degradación. Se requiere proceder a la instalación de un museo,
una casa de la verdad que, con objetivos educativos, pueda mostrar a la
juventud dominicana los métodos y las prácticas de gobiernos que se ensañaron
contra sus adversarios para imponerse, conservar poder económico, político y
militar, y para prolongarse en el tiempo
como gobernantes: Ulises-Lilís-Heureaux (1887-1899), la dictadura militar americana (1916-1924), Rafael L. Trujillo (1930-1961), y Joaquín
Balaguer (1966-1978), principalmente. La propuesta es crear el “museo del
crimen de las dictaduras”, que cubra por lo menos los cien años del siglo XX.Parte frontal de la carcel del kilometro 9
La
instalación del museo con esas características tiene un lugar, una vivienda,
que aun en manos de la iglesia Católica, es el más apropiado para su creación:
la casona ubicada en lo que es hoy la Casa de Convivencia de la Sagrada
Familia, la única prueba existente de la que fue una cárcel clandestina para
torturar y matar durante la dictadura.
Sobre
esta edificación escribí en el periódico Acento
en abril del 2018: “Esta última, una casa construida a pocos metros de la
margen izquierda de la principal carretera del Este, que una vez fue residencia
familiar. Adquirida por Rafael L. Trujillo hijo (Ramfis) para que le sirviera
de burdel o motel personal, pronto la convirtió en la oficina de inteligencia
del G-2 de la Aviación Militar Dominicana (AMD); lo que los escasos vecinos del
lugar ignoraban, era que el hijo del tirano había procedido a utilizar la
vivienda como prisión secreta a la que se le conoció, en el lenguaje de los
hombres del hijo de Trujillo, como "El Nueve" o "la cárcel del
kilómetro 9".
La
misma vivienda a que nos estamos refiriendo, un edificio todavía intacto—(aunque
se le han hecho algunas construcciones anexas y se destruyó una gran enramada
construida de madera y techada de zinc que había en el centro de su terreno)—, gracias
a la preservación de la Iglesia Católica
dominicana, que de seguro aceptará que en compensación el gobierno le construya
en espacio más amplio, moderno, equipado y apropiado para los retiros religiosos que
allí se efectúan permanente. Las autoridades de la Iglesia Católica no tienen
excusas para negarse, pero el Estado debe retribuirle el terreno, si es que
este no pertenece al Estado, y los edificios que utilizan en la actualidad para
que puedan continuar sus labores religiosas.
Atención
Academia de Historia, Efemérides Patrias, Cultura y Ministerio Educación
Parte frontal de la cárcel de La 40 |
En
ese sentido, y para edificar sobre el particular, compartimos dos testimonios:
un texto del periodista y escritor Juan José Ayuso, recientemente fallecido, y
una nota periodística del padre Ángel Sanz. Estos escritos pueden arrojar luz
acerca de los últimos días de los dos centros carcelarios clandestinos a que
hemos hecho referencia: la cárcel de La
40, que estuvo instalada en el lugar que hoy ocupa la parroquia católica de la barriada
de Cristo Rey, y la cárcel del kilómetro 9 de la carretera Mella, en la zona
oriental de la provincia Santo Domingo; también en manos de la Iglesia:
Padre
Ángel Sanz solicita el local: “Tratan instalar en La 40 Escuela de
desamparados”
“El
local que ocupaba la tristemente célebre cárcel de tortura La 40, es solicitada
ahora por el Padre Ángel Sanz para instalar la escuela para la Infancia
Desamparada. El padre Sanz también sugiere que se erija un monumento que
recuerde las glorias y los sufrimientos de los miles de valientes masacrados
por la tiranía.
El
padre Sanz lanzó recientemente la idea de una escuela hogar para los niños
desamparados. Su iniciativa ha sido acogida por personas y entidades comerciales
con el mayor beneplácito. El padre Sanz ha recibido ya aportaciones en metálico
y otras ayudas, hasta dese Nueva York, donde se ha formado un comité pro ayuda
para la instalación de la escuela.
Dijo
el padre que “así La 40 será el mejor monumento a los ideales por los que
sufrieron y murieron miles de ciudadanos”.
“Mi
idea—agregó—es poner allí una escuela donde sostendremos 150 a 200 niños
abandonados a los que daremos comida, ropa, escuela y educación patriótica y
religiosa, contando con aportaciones espontaneas del público y levantar también
un monumento que recuerde a todos el heroísmo y las virtudes de los que ayer
lucharon contra la tiranía”.Replica de la silla eléctrica usada para torturar en La 40
Dijo
el padre que ese monumento estaría dentro de una capilla donde se oficiaran
misas y donde podrán acudir las personas que hoy lloran la desaparición de
seres queridos.
Dijo
también que “la capilla estaría situada precisamente en el mismo sitio donde ha
tiempo, se tenía instalada la silla eléctrica, uno de los tormentos más
terribles usados por los agentes de la tiranía”.
“Repito,--dijo
el Pare Sanz—que nada mejor se haría que pudiera glorificar los ideales patrios
de nuestros héroes que fundar, en el mismo sitio donde ellos sufrieron, un
centro de asistencia social y educación para niños pobres realizando así de una
forma eficiente, aquellos ideales”.
Subrayó
que “esto sería también una manera de aliviar en algo el sufrimiento de los que
ahora padecen el dolor de la ausencia de seres queridos desaparecidos”.
Finalmente,
el P. Sanz manifestó: “espero que la opinión pública del país acoja
favorablemente esta idea y la manifieste a través de la prensa radiada y
escrita, aportando apoyo moral a la iniciativa al expresarlo en forma pública”.
(Ángel Sanz, “Tratan instalar en La 40 Escuela de desamparados”. El
Caribe, 1962).
Juan
José Ayuso: “Escasos vestigios quedan de antros de torturas del 9”
“La
incontenible ira de un pueblo por muchos años sojuzgado destruyó en parte la
cámara de torturas que operó en el kilómetro nueve de la carretera Mella. No
pueden encontrarse ya huellas de esas torturas que hicieron bestias y mártires
de militares y prisioneros políticos.
El
bastoncito—celebre arte
facto de torturas utilizadas profusamente en la
siniestra campaña de Trujillo contra los prisioneros políticos—, por ejemplo,
no se encuentra por ningún lado. Lo mismo ocurre con otros aparatos, también de
tortura, que han desaparecido. Pero, “los hombres pasan, los pueblos se
quedan”. Los vecinos de esta funesta cámara de torturas, en su totalidad
humildes jornaleros, tiene muy vivo en su mente el recuerdo de aquellas
tétricas noches de alaridos y grito de terror.
El
terreno que ocupó en su totalidad la violenta cárcel del kilómetro nueve
comprende una vasta extensión. La moderna residencia que le servía de
testaferro, delante: las mazmorras, edificaciones de concreto armado, al medio
y, por último, la siniestra hortaliza, lugar aparentemente sembrado de
legumbres y vegetales que ocultaba el comedero de los puercos salvajes—animales
sanguinarios que eran azuzados contra los prisioneros políticos—; las piletas
donde eran sentados los prisioneros, llenas de sanguijuelas, y el potrero de un
furioso caballo que correteaba y pateaba a los prisioneros cuando le era
ordenado hacerlo. Esta hortaliza, apacible en apariencia, ocultó quizás lo más
horroroso del crimen trujillista.Ramfis Trujillo, hijo del dictador, tenia su propia
cárcel para torturar a los prisioneros
Vecinos
mudos. Los vecinos de la cárcel del nueve no hablan. Aún
están enmudecidos por aquel terror inenarrable. Es difícil que cualquiera de
estos jornaleros diga nada. El miedo sella todavía sus labios, y ciega esos
ojos que tantos horrores vieron, quizás haciéndose cómplices inconscientes de
ellos. Solo algunos, como el encargado de la limpieza de la cárcel, dice algo.
Anciano,
con la vivacidad característica de nuetros hombres de campo, este hombre nos
dijo: “no puedo decirles lo que no he visto. Cuando ellos preparaban algo,
cuando traían gente de afuera, me decían que me fuera a mi casa, que ese día no
había trabajo”.
No
obstante el silencio de los vecinos, un pesado ambiente de negro recuerdo
circunda la aldea. Todos parecen recordar con temor aquellas horas, aquellas
mañanas, todas envueltas en el telón de sangre que fue la bandera trujillista
en Santo Domingo.
Las
celdas del nueve, las del primer piso, tienen alrededor de siete pies de ancho
por once de largo y alto. Cuentan con sanitario y ducha, estos sin ninguna separación
del resto de la celda. En los subterráneos la medida es la misma. La única
diferencia es que el piso de la ducha está
separado del de la celda por un muro pequeño de cemento y mosaicos, como de
medio pie de alto, para que el agua no llene la celda.
Las
rejas de hierro están aún en las mazmorras del nueve. Esto permite que sean más
claras. Originalmente llevaban también una espesa puerta de hierro con solo una
abertura ínfima para ver hacia afuera. Estas puertas de madera fueron tomadas
por quienes asaltaron la cárcel, recientemente, así como los sanitarios de las
celdas del piso superior.
La
oscuridad reinante en el subterráneo, especialmente en el ala izquierda, es
total.
Se
dice que el general José René Román Fernández, uno de los conjurados en la
trama que culminó con el ajusticiamiento de Trujillo, en el paroxismo del dolor
causado por su tortura, tomó la bombilla que le daba luz en su celda (tercera
de izquierda a derecha en la fotografía), e intentó comérsela. Tal era su
angustia. Después, frustrado ya su intento por sus captores, se le sorprendió
golpeándose contra los bordes del sanitario. Evidentemente el propósito de Román
Fernández era finalizar por sí mismo lo que él sabía que habrían de terminar
sus torturadores a fuerza de crueldades.
Torturas
a Román Fernández. Se dice, también, que a ¨Román Fernández
le fueron aplicadas todas las torturas habidas en el nueve. Los cerdos, la
pileta con las sanguijuelas, la tenebrosa silla eléctrica, el bastoncito, el
caballo y las temibles hormigas, plaga ésta que fue especialmente traída desde
México para ese propósito. En una mata de mangos que hay a la derecha de las
mazmorras, cuentan que fue atado Román Fernández y dejado a su suerte con las
terribles hormigas enterrándole sus aguijones.
La
silla eléctrica es un curioso artefacto, preparado, según se dice, por Ernesto
Scott, sádico alemán al servicio de las torturas del trujillato. Los choques
que pueden pasar la silla son a voluntad. Pueden ser intermitentes o
definitivos. Cuando a una persona se le aplicaban los choques intermitentes se
movía como un epiléptico sobre ella. El choque definitivo era mortal.
Los
torturadores. El coronel C. Báez, de la Aviación
Militar Dominicana, junto al siniestro John Abbes García, fue el máximo
exponente de la miseria moral y del sadismo de la dictadura trujillista. Báez,
como Abbes en La Cuarenta, comandaba la cámara del kilómetro nueve.La silla eléctrica usada en los centros de tortura
Junto
a Báez—(por motivos legales algunos
nombres fueron modificados)—, el coronel T. Balcácel, el coronel Beauchamps,
Freddy (el Rubio), L. (…) Batista, Ernesto Scott, Y. Lara, P. Clemente y otros,
componían la criminal banda que operaba en el nueve. Estos sin contar los
miembros de La Cofradía, de Rhadamés Trujillo, que se destacaron siempre por su
crueldad en sus visitas a la cámara de torturas.
La
residencia que sirvió de disimulo a la horrible cámara de torturas del
kilómetro nueve está habitada por el señor Julio C. Michel Tamayo, un ex
militar, ex prisionero político, confinado allí mismo por el trujillato, que se
propone realizar una exposición en la ciudad de Santiago de los Caballeros
donde mostrarás los artefactos de tortura que se utilizaron allí. El señor
Michel se ha dirigido a las autoridades correspondientes para que estos
artefactos, muchos en poder de ellas, les sean facilitados.
Leyenda
de terror
Después
de una visita al kilómetro nueve de la carretera Mella, con sus vecinos
horrorizados y su amarga leyenda de terror, con sus fuertes edificaciones
semidestruidas, cabe lamentar esa destrucción, porque el ejemplo más crudo que
puede darse a un pueblo sufrido es el instrumento de su sufrimiento”. (Juan
José Ayuso, periódico El Caribe, 1962). Hasta aquí el escrito de Juan José
Ayuso.
Ahora
permítasenos, aunque parezca reiterativo, concluir con una sugerencia que
también hicimos en el periódico Acento
en el referido artículo publicado en el 2018:
“Ojalá
que alguna institución estatal, como podría ser el Museo de la Resistencia o la
Comisión de Efemérides Patrias, encabezara una gestión ante el Ministerio de
las Fuerzas Armadas para localizar los archivos de la cárcel, y también
realizara un descenso a la vivienda que todavía existe en el kilómetro 9 de la
carretera Mella, para grabar y fotografiar cada uno de los espacios originales
de la prisión”. Esperamos que así sea.